«Intentaremos ahora establecer la diferencia entre corredores con vida, placenteros y capaces de hacer sentir su vivacidad a las personas, y aquellos otros en que nada de esto ocurre.»

La vivienda de Lelle y Momo ocupa la octava planta de un edificio de los años cuarenta, construido con muros portantes de bloque de hormigón que definen dos crujías conectadas por un pasillo central. Se trata de una vivienda pasante, con una fachada orientada al sureste hacia el río Aniene y otra al noroeste, hacia el interior de la manzana.

El encargo exigía no alterar la distribución existente, ampliar la capacidad de almacenaje y renovar las instalaciones. La intervención se plantea como una suma de pequeñas operaciones capaces de transformar la percepción del espacio mediante gestos mínimos. Así, el proyecto se sitúa entre el diseño arquitectónico y el mobiliario, articulado a partir de diafragmas de madera que alternan almacenamiento y aperturas interiores.

El pasillo se entiende como la habitación central de la casa, un espacio estructurante en torno al cual se organizan las estancias. Dos grandes piezas de almacenaje lo acompañan: una, vinculada a la habitación secundaria con una cama en altillo; otra, conectada al dormitorio principal y convertida en vestidor. Ambas generan umbrales que suavizan la transición entre los espacios.

Otras estanterías se disponen transversalmente en el salón y el estudio, mientras que cocina y baño se conciben como extensiones naturales del conjunto.

Tres materiales —nogal, terrazo negro y cerámica— unifican los ambientes y equilibran las diferencias programáticas. El proyecto busca revelar las cualidades latentes del espacio y dotar de vida al corredor, transformándolo de simple tránsito a lugar habitable donde la cotidianeidad define la arquitectura.

 

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